Su padre, además de una droguería, gestionaba
un cine de verano, y Gregorio, un chaval de quince años, era el
encargado de la cámara y de dibujar el cartel anunciador de las
películas. Acostumbrado a hacer experimentos con los productos químicos
en la tienda paterna y a realizar empalmes con las cintas
cinematográficas, un día observó que con acetona se lograba la unión de
la celulosa del celuloide y se generaba una gelatina pegajosa.
Ese
descubrimiento le llevó a dar con la fórmula óptima, no sin antes
romper en casa gran parte de la vajilla para hacer pruebas de pegado y
comprobar su resistencia. Tenía entonces dieciséis años. Su única
formación fue la escuela y nunca, si no fue por propia afición, tuvo
acceso a libros de química.
Versátil y polifacético, siempre estaba ocupado
en algo: en el desarrollo de alguna idea o en la creación
y el diseño definitivo de un nuevo anuncio publicitario para su
producto estrella y, en los últimos años, en otros que comercializaría
la empresa, creada en 1944. Gregorio creó, de hecho, el
logotipo de la marca, y su primera inversión fue de quinientas pesetas.
Garrafas de vidrio, marmitas, jeringas de chapa y tubos y
tenazas para cerrarlos fueron sus primitivos instrumentos.
Productos Imedio, S. A.
Imedio se sirvió de su habilidad, su intuición, su sentido común y la
brillantez que le caracterizaban como empresario para dar con un
pegamento transparente que lo unía todo y cuya fórmula fue su secreto
mejor guardado durante décadas.
Después del
hallazgo original vinieron otras fórmulas complementarias que acabaron
dándole toda una gama de productos adhesivos. Gregorio se dedicó a
fabricar pegamentos en cantidad, los envasaba en botes mediante jeringas
y los daba a probar a los clientes de su padre. Incluso se sirvió de
los viajantes de su progenitor, a quienes regalaba botes de pegamento
para que lo dieran a probar y lo difundieran por otros lugares.
Cuando se decidió a montar una industria en toda regla pidió la
colaboración
de los potentados del pueblo y nadie creyó en él. Sólo su cuñado
Pedro Ciudad Torres se convirtió en su socio de por vida nueve años
después de que Gregorio diera con la fórmula de su gran invento.
Alquilaron un local, e iniciaron la aventura.
La Guerra Civil paralizó sus actividades y, en 1944, después de superar
todos los inconvenientes para abastecerse de materias primas, renació
Productos Imedio en compañía de su cuñado. Por entonces la fábrica
producía ya unos doscientos tubos diarios.
Éxito y venta de la empresa
En 1972 levantaron una moderna industria con instalaciones deportivas y
de ocio para sus empleados, la mayoría de los cuales eran mujeres. La
peculiar manera de entender la gestión empresarial de estos calzadeños
incluía la realización de un viaje anual de toda la plantilla, empleados
y directivos, al margen del período normal de vacaciones. El primer
viaje que realizaron fue en carro y los últimos en avión.
1972 |
1973 |
1974 |
1985 |
1987 NO SE EDITÓ
1988 |
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